La dieta mediterránea
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La dieta mediterránea

En 2013 la UNESCO incluía la dieta mediterránea en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Todo un honor del que los españoles nos sentimos especialmente orgullosos pues es uno de los pilares de nuestra cultura.

¿A qué llamamos exactamente “dieta mediterránea”? Muchos dirían que es un estilo de vida del que forma parte fundamental  el consumo básico de alimentos como el aceite de oliva, verdura, cereales, arroz; el consumo limitado de carne roja, pescado azul y huevos; y una supresión del consumo de grasas saturadas: elementos comunes en las cocinas de Portugal, Italia, Francia y España.

Dentro de la dieta mediterranea entran conceptos como el de la comida reposada, la elaboración cuidada de unos platos basados en la frescura de los ingredientes o compartir una copa de vino durante la comida. Si visualizáis esto os estaréis imaginando una buena comida española: paella, tortilla, jamón, gazpacho, pescaíto frito, vino de la Rioja...

La denominación “dieta mediterránea” es relativamente joven y dataría de los años 90, cuando diversos estudios certificaron que la buena salud de los europeos de la cuenca del Mediterráneo se debía, junto a otros factores, a su gastronomía. Sin embargo los antecedentes de la dieta mediterránea podemos encontrarlos en la antigua Grecia y en lo que se ha dado en llamar “trilogía mediterránea de alimentos”: el uso constante de derivados del trigo, el uso de aceite de oliva y el gusto por el vino.

Hacia el año 300 a.C.  la dieta griega se puso de moda entre los patricios romanos, que la apreciaban por su sencillez y su facilidad de digestión (recordemos que un romano adinerado podía pasarse horas enteras comiendo en banquetes). De las mesas patricias pasó a los territorios conquistados y fue adaptándose a las circunstancias y recursos de las naciones que siguieron al imperio. De ahí que, pese a compartir ingredientes no sea lo mismo un pisto español que una ratatouille francesa o que una caponata siciliana; o que un Ribera del Duero no sepa igual que un Burdeos, un Chianti o un Trás-os-Montes.

Llevaría libros y libros describir cómo esa dieta griega se convirtió en la actual dieta española; pero quizá la mejor manera de ver esa evolución sea un buen tour gastronómico por España. ¡Buena historia, buena comida y buena cultura!

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