La cultura del té
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La cultura del té en España

Uno de nuestros redactores recuerda cuando, al salir a desayunar, se le ocurrió pedir un té. Al segundo su padre, que había decidido acompañarle, preguntó si se encontraba mal o si algo de la cena le había hecho daño al estómago.

En un país como España, con una tradición cafetera y chocolatera centenaria, el consumo de té era una verdadera rareza. Las infusiones estaban ligadas al mundo de la salud y no llegaban más allá de la clásica manzanilla para aliviar el dolor de estómago o del anís estrellado para evitar los gases de los niños (uso bastante polémico, por cierto). Tomar un poleo menta ya estaba considerado caminar por el lado salvaje de la vida sana.

Sin embargo hoy podemos ver locales dedicados a la venta de té en muchas calles de muchas ciudades. Ya sea de una gran cadena o un negocio particular nos ofrecen diferentes tipos de té (negro, blanco, rojo, verde…) hasta el punto de abrumarnos. ¿Hemos acogido la costumbre de tomar té con una fe del converso que haría palidecer a la población británica?

Como con todo en esta vida quizá deberíamos hablar de una suma de factores. En primer lugar se debería citar la puesta en duda de los beneficios del café: hace poco, muy poco, aparecían diferentes estudios que hablaban de lo perjudicial para nuestra salud que era el abuso del café. Insomnio, estrés, nerviosismo, ansiedad… parecían estar vinculados al consumo excesivo de esta bebida (recordemos que los españoles somos capaces de beber hasta cuatro por día). Beber una taza de té negro, también fuerte pero más “natural”, se convertía en una buena opción. De hecho algunos médicos comenzaron a recomendar la sustitución del café por té.

En segundo lugar deberíamos hablar de la proliferación de restaurantes étnicos en España. En un chino, japonés, libanés o árabe podemos encontrar una variada selección de tés. Tomar uno por curiosidad llevó a muchos a convertirse en habituales bebedores.

En tercer lugar sí que deberíamos citar la fascinación por lo británico. Películas de época, series de señores y criados, libros sobre glamourosas familias  o ingeniosos relatos del tan afamado humor británico. ¿Por qué no participar de esa distinción cultural con una taza de daarjeling?

Por último citaremos su “comodidad” y rapidez. En los tiempos que corren, ¿no es más fácil calentar un poco de agua, echarle una bolsita de té y dejarlo reposar camino al teclado que esperar a que la cafetera del trabajo nos dé una mezcla aguada tras cinco minutos de espera?

Puede sonar cursi, pero hay gente que afirma que España se moderniza y abre al ritmo del tintineo de una tacita de porcelana. ¿Será una exageración?